martes, 18 de diciembre de 2007

Hoy hace 3 años murió mi abuelo

Hoy hace 3 años murió mi abuelo. Nunca fue una persona demasiado cariñosa ni demasiado dura, ni demasiado rica ni demasiado pobre, ni demasiado buena ni demasiado mala, yo diría que fue un verdadero hombre de carne y hueso, el ejemplo perfecto del mexicano que creció con el siglo XX en una sociedad que demandaba por un lado modernidad y por el otro tradicionalismo. Liberal y conservadora a la vez.

Se dice que mi abuelo siempre tuvo una especie de doble vida, la de su casa y la de afuera, consecuencia quizá de una infancia de la que se sabe poco, pero lo suficiente para saber que tuvo dos padres, uno libanés que le dio la vida y otro mexicano que le dio mi apellido. Él nunca habló del tema y casi a nadie le gusta hacerlo.

A los 22 años se casó con una mujer siete años mayor que él después de cinco años de noviazgo y serenatas infructuosas. Con una carrera de periodismo a la baja y una hija en brazos mi abuelo ingresó a la Compañía de Luz, donde disfrutó de las mieles originadas por las políticas de seguridad social y proteccionismo industrial del llamado milagro económico en los años cincuenta.

La compañía era su vida, le permitió mantener sin mayores problemas a 3 hijos más –entre ellos mi papá–, tener un amplio departamento en Tacubaya, viajar a Europa, jubilarse de 53 años y una pensión que hasta la fecha recibe mi abuela. Ahí conoció a muchos de sus mejores amigos, incluso jugadores del Necaxa como Jorge Morelos, portero apodado de la mala suerte que jugó el legendario triunfo contra el Santos de Brasil, con Pelé en la cancha. Dicen que si algo tenía mi abuelo era muchos amigos, era un tipo que gozó de una vida entre la bohemia y el gusto por lo elitista.

Con su familia mi abuelo fue otro, un clásico jefe de familia en una época donde tener una mujer sumisa a su lado era lo normal. Aunque nunca le falló a su familia, quizá le faltó entregarse e involucrarse más con ella, conocerla y que lo conocieran mejor. Quizá a mi abuela si le falló.

Siento que de niño lo traté poco, pero nos buscamos más adelante, quizá cuando abandonó la conspiración de Matusalen –esa que exalta los valores juveniles en nuestra sociedad– y notó que ya era viejo, o quizá cuando yo entendí que era tiempo de buscarlo. Ahí lo conocí realmente, comíamos juntos, veíamos futbol, charlábamos, le compraba su periódico la Jornada –no se si por convicción ideológica o porque se le hacía más fácil leer en tabloide–, y me contaba sus planes de comprarse una casa para el retiro. No le dio tiempo.

Lauro Díaz fue el único abuelo que tuve, llevó una vida sencilla y sorprendente a la vez, ahora al tratar de entender quién fué y qué hizó no lo juzgo, me doy cuenta que existen muchas cosas de él en mi y al final una cosa es cierta, lo quise y lo admiro por haber conformado una buena familia, la mía.

lunes, 3 de diciembre de 2007

El Zócalo congelado

el zocalo se congela

Probablemente cuando la bandera de Estados Unidos ondeaba en el asta principal del Zócalo, allá por 1847, los capitalinos de aquella época debieron pensar que lo habían visto todo. Setenta años después sabemos que no fue así.

Ni Shakira, ni Spencer Tunik y ni el mismo Peje lograron la expectación de la famosa pista de hielo, inaugurada en tiempo record el pasado sábado 2 de diciembre en el Zócalo capitalino. Paradójicamente, la pista de hielo más grande del mundo ha provocado una calurosa discusión entre los que aquí vivimos.

Para algunos -sobre todo para aquellos que sí saben patinar y no van al centro a menos que vengan sus amigos turistas del extranjero- se trata de una medida populista más de un gobierno que prefiere gastar 5 millones de pesos en lugar de invertir en lo que realmente necesita esta ciudad. Debate cerrado.

¿Y qué necesita realmente la ciudad? Todo. Seguridad, transporte público, empleos, políticas ambientalistas, ambulantaje y mil cosas más, una mejor calidad de vida incluída.

No sólo buena parte del gasto en la pista está donado por la iniciativa privada –claro que habrá que exigir transparencia en este sentido-, la recreación es y debe ser parte de las políticas públicas de una ciudad, sobre todo en una como esta, tan sofocante y a veces tan irritante.

Me emocionó ver un Zócalo de ambiente festivo, familiar y a reventar en un domingo por la noche, cuando normalmente estaría vacío y con una sensación de inseguridad.

Es verdad que es un gasto innecesario y que hay muchas otras cosas por hacer, pero ¿apoco no te vas al cine, de viaje o a algún concierto cuando podrías invertir tu tiempo y tu dinero en algo mejor? Pues claro, pero esas frivolidades son las que nos dan respiros de vez en vez. 50 mil chilangos se dieron uno este fin de semana.

Y para aquellos que les preocupa el populismo con este tipo de obras, les diría que subestiman a la gente si piensan que un par de patines compra votos. Si no, ahí esta Venezuela que votó por el NO al referendum.
Por suerte!!

Más fotos de la pista en flickr.com/paco88mph